Ahogó un grito. Sus ojos atravesaban la miraba de aquel desconocido. Dio un paso atrás, aterrorizada. El sentimiento se reflejaba a la perfección en su rostro. El hombre avanzaba conforme ella lo hacía hacia atrás y se puso un dedo en los labios, que en esos momentos se dio cuenta que también tenía al descubierto, indicándole que estuviera en silencio. Giselle intentó gritar, pero cuando el sonido atravesó su garganta dispuesto a salir al exterior y avisar a Niall, el encapuchado tapó labios y nariz con un trapo blanco que no tardó en hacer efecto. Giselle cerraba lentamente los ojos mientras miraba al hombre que le hacía aquello y la sujetaba por la espalda para que no callera. Sus extremidades empezaban a fallarle. Después la conciencia. Quiso pronunciar su nombre, pero de entre sus labios no salió sonido alguno. Todo se volvió negro para ella en cuestión de segundos.
Una hora después…
Niall abrió pesadamente los ojos. La
luz que entraba a través del balcón le cegaba. Se tapó instantáneamente con el
antebrazo izquierdo. Miró a su izquierda, pero el sitio que había ocupado aquella
noche Giselle estaba vacío. Estaría en el baño, pensó. Pero no se esperaba no
encontrarla en su interior. Frunció el entrecejo. ¿También había reservado para
el desayuno? Era extraño que no le hubiera avisado. Su ropa la encontró en el
interior del servicio, al lado del lavabo, pero la de ella no estaba. Había
estado entonces allí, pero no sabía a dónde había podido ir. Se puso los
pantalones y la camiseta e hizo ademán de salir de la habitación. La tarjeta
estaba en el interior de uno de los interruptores. Aquello extrañó todavía más
a Niall. ¿Habría ido a su casa para que sus padres no le dijeran nada? Les
había avisado el día anterior, ¿por qué se iba a molestar en ir andando
pudiendo llevarle él?
Abrió la puerta de la estancia,
cogiendo antes la tarjeta que funcionaba de llave, y se aseguró de que no había
nada de ella en el interior del dormitorio del hotel.
Bajó pensativo por el ascensor y en
recepción no vio a nadie. De todos modos, se aproximó al recibidor y esperó
unos minutos a que alguien le atendiera. Eran las nueve y media, gente tendría
que haber. Pero mientras miraba a un lado y a otro se fijó en algo extraño al
otro lado del mismo, bajo la mesa. Sus cejas se fruncieron de manera confusa. Unos
dedos finos, seguramente de mujer, sobresalían por debajo del mueble. Niall se
inquietó y rodeó el mismo, poniéndose de puntillas en uno de los extremos. La
misma mujer que les había atendido el día anterior estaba tendida en el suelo.
Sin pensárselo dos veces, el chico dio un salto apoyándose en la plana
superficie de madera y se acuclilló frente a la chica. Golpeó ligeramente su
rostro intentando reanimarla, pues había comprobado que tenía pulso, pero no
ocurría nada.
—¡Ayuda! —exclamó. Niall pensaba lo
peor. Giselle había desaparecido. ¿Adónde había ido? ¿Se la había llevado
alguien? Todos esos pensamientos sólo consiguieron ponerle más nervioso e
intentó de nuevo que la joven recepcionista volviera en sí, desesperado. Su
mirada miraba a todos lados, perdida. No sabía qué hacer, si quedarse ahí
plantado hasta que alguien acudiera o salir corriendo en busca de Giselle, sin
saber dónde buscarla. Cuando recapacitó marcó el número de la ambulancia en su
móvil y no tardaron en contestar. Una vez hecha la llamada, volvió a pedir
ayuda dejándose la voz. Por fin alguien apareció… Un hombre algo mayor.
Minutos después…
La ambulancia y policía había
llegado. Habían logrado que la chica recuperara la conciencia, la habían
drogado. Niall intentó acercarse a ella y preguntarle, pero la multitud que se
había formado se lo impedía y la policía también. En medio de la calle no
pidieron explicaciones, esperarían a que se hubiese calmado, pero aún así la
chica pronunció algo, como si estuviera delirando, que fue suficiente para
Niall. “La chica… La chica…”, repetía. Miraba a un lado y a otro como si de eso
modo pudiera encontrarla, como si estuviera allí mismo, entre el grupo de
personas o al otro lado de la calzada. El muchacho lo entendió y, nervioso,
logró salir del bullicio y se metió como una bala en el interior de su coche
arrancando el motor.
—Mierda, mierda, mierda —susurró
mientras salía del aparcamiento. Sólo se le ocurría un lugar al que acudir en
esos momentos.
En casa de Giselle…
—¡¿Qué me dices, muchacho?! ¡¿Me
estás diciendo que se la llevaron?! ¡¿A mí pequeña?! —manifestó fuera de sí
Robert.
Elina sollozaba sentada en el sofá,
con el rostro hundido en sus manos. Niall sentía punzadas en su corazón.
Impotencia. Rabia. Temor. La persona que más amaba estaba en peligro. No dejaba
de echarse la culpa una y otra vez mientras el padre de ella le gritaba sin
cesar, insultándolo en varias ocasiones.
—¡¡Maldito insolente!! ¡¡Te dije que
la protegieras!! ¡TE LO DIJE! ¡¿ACASO PIENSAS QUE ERA UN CAPRICHO MÍO?! —Robert
le cogió por la camiseta, elevándolo el suelo, y Elina se levantó
inmediatamente para ayudar a Niall.
—Él no tiene la culpa —pronunció
mientras apartaba las manos de su marido del chico, cuyos pómulos habían
adquirido un color rojizo intenso. El padre de Giselle le hubiera ahogado allí
mismo si nadie le hubiera detenido, sin reparos.
Niall cogió aire a grandes tragos,
intentando recuperar su respiración habitual, mientras se asiaba el cuello.
—¡Tienes razón! ¡La culpa es mía por
darle el visto bueno a este estúpido desvergonzado! ¡¿Me puedes explicar cómo
narices entraron en tu casa?! ¡¿ESTÁS COMPINCHADO CON ALGUIEN?!
—¡No, no! —trató de tranquilizarle el
muchacho—. Yo no le haría ningún daño a su hija. Si estoy aquí es porque la quiero
y no voy a permitir que le suceda nada. Si he acudido a ustedes es en busca de
ayuda.
—¿Qué pasó? —inquirió la mujer.
—Me desperté en el hotel y… ya no
estaba. Bajé a recepción y…
—¡¿Qué…?! ¿HAS DICHO HOTEL? ¿NOS
HABÉIS MENTIDO? —Los pómulos de Robert estaban extremadamente rojos. Parecía
que iba a estallar de un momento a otro. Daba la sensación de que en bajo su
dermis fluía fuego. Apretaba su mandíbula y sus puños.
—Ella… había reservado una para que
pudiéramos hablar solos. Hasta entonces no me conocíais —habló con vacilación
observando cautelosamente al hombre, temeroso por lo que pudiera llegar a
hacer.
—¡Y qué le hiciste, eh! ¿O me vas a
venir con el cuento de que solo dormisteis pacíficamente? —Su mano se
controlaba sin llegar a rozar la camiseta del joven, aunque en esos momentos
deseaba pegarle un puñetazo. Controló su cuerpo y trató de relajarse. Por su
bien, el de Giselle y el de su mujer. No debía perder los nervios.
Su mujer lo miró suplicante. Aunque
se resistió, pensó que el fondo era lo correcto. No solía perder los nervios de
ese modo, pero desde que había visto a aquel chico su intuición le decía que no
se fiara de él. Suponía que era porque pensaba que cualquier persona
desconocida que estuviera con Giselle podría hacerle daño y aprovecharse de
ella.
Suspiró resignado y, un tanto
obligado por su mujer, pronunció las palabras.
—Lo… siento, muchacho.
—No se preocupe. Le entiendo. Yo
también quiero al igual que usted encontrarla. —Niall mantenía su calma y
firmeza habitual.
—Encuéntrala. Encuéntrala o no habrá
perdón. Te avisé antes de marcharos y has dejado que pasara esto. ¡Ella
necesita protección! —Sus ojos chispeaban odio y desesperación.
—Robert, no es culpa suya. Deja al
chico… —intervino Elina.
—Vete y búscala. Donde sea. Recórrete
todas las calles si es preciso. ¡Todos los rincones! Pero tráela de vuelta
—pronunció más calmado. El chico asintió. No podía ocultar el respeto que le
imponía aquel hombre. No sería fácil encontrarla, sin embargo lo intentaría. No
quería pensar en las consecuencias. Aquel hombre haría lo que fuera por su
hija, al igual que él mismo.
—Nosotros nos pondremos en contacto
con la policía —añadió severamente.
Niall volvió a asentir. Titubeó unos
segundos, pero finalmente se aproximó a la puerta sin añadir nada más, ni un
adiós, con las manos en los bolsillos. Al salir, le golpeó en la cara aire
frío, como un bloque de hielo. Se abrigó un poco con el cuello de la chaqueta y
aceleró el paso hasta llegar a su coche. Cuando lo puso en marcha la radio se
encendió y sonó una canción que conocía. No sabía hacia dónde dirigirse, así
que simplemente puso en movimiento el vehículo y recorrió la mayoría las calles
de la zona. Después hizo un recorrido por el centro de la ciudad. Finalmente
por las afueras. Nada.
A la tarde, tras comer en un burguer…
Pasó por delante del hotel donde se
habían alojado esa noche, pero ya no había nadie. Entonces divisó a otra
persona en recepción, transparentándose parte de la entrada por la cristalera
de al lado de la puerta de entrada, y se percató de que no era la chica de esa
mañana, sino un sustituto temporal, al menos por ese día. Parecía pertenecer al
hotel por su uniforme. No se resistió y aparcó el coche lo más cercanamente
posible al edificio, saliendo posteriormente.
Ya en el interior se atrevió a
preguntarle al chico por el estado de la anterior recepcionista. Éste respondió
que no sabía nada con certeza, pero que había oído que se encontraba bien. Era
muy joven, Niall se extrañó de que un muchacho así estuviera en un hotel a esa
edad.
—¿Qué edad tienes? —le preguntó.
—Veinte —respondió incomodado. Niall
no lograba verle los pies, pero por el ligero movimiento que se transmitía a
todo cuerpo notaba que los movía bajo la mesa nerviosamente, de un lado a otro,
sin saber cómo apoyarse sobre ellos.
—¿Llevas trabajando mucho aquí?
—Desde… hace un par de meses.
—Mentía, Niall lo leyó en sus ojos.
En ese momento pasó por allí un
hombre de escaso cuero cabelludo.
—Disculpe —se dirigió al hombre que
parecía ser el cocinero por su vestimenta—, ¿cuánto tiempo lleva trabajando
este chico aquí?
—Eso no importa —respondió en voz
baja el aludido mientras dirigía una extraña mirada al cocinero.
—¿Por qué? —preguntó el hombre
respondiéndole con otra mirada extraña, de confusión al no saber por qué el
chico reaccionaba así, y volviendo sus ojos de nuevo a Niall—. ¿Acaso quiere
rellenar una hoja de reclamaciones? Este chico sólo lleva aquí desde ayer,
comprendo que sea algo torpe, pero lo necesitamos en ese puesto en estos
momentos —respondió.
—Gracias. —Y el hombre salió afuera,
cruzándose de calle, para encenderse un cigarrillo.
Cuando la vista retornó al chico
joven, éste le miraba aterrorizado. Niall sentía cierta sospecha, una sospecha
que cada vez se apoderaba más de él, y la actitud del chico se la confirmaba
aún más. Si no sabía nada, ¿qué importaba que trabajase allí desde el día
anterior? Pero lo cierto era que cada vez su tez se tornaba más pálida. Sin
duda era coincidencia que el día que Giselle hizo la reserva, empezara a trabajar
aquí este chico. Sus ojos grises miraban a Niall fijamente.
—Qué coincidencia —soltó sin reparos
mientras lo miraba con cierto estupor, alzando las cejas. El muchacho tragó
saliva y, sin que a Niall le diera tiempo a analizarlo, salió corriendo
saltando hábilmente por encima del tablero. Inmediatamente fue tras él. El
hombre del cigarrillo pareció decir algo cuando vio a ambos correr, en especial
al chico que debía estar en el hotel trabajando, en el puesto de la chica que
había sido atacada por las mismas personas que Giselle, pero no se inmutó. Simplemente
dijo unas cuantas palabras, que creo que ninguno de los dos comprendimos, y
siguió con el que parecía su segundo cigarrillo.
El joven del uniforme corría con
bastante más velocidad de la que Niall se esperaba. Cuando lo logró alcanzar, al
torcer prácticamente la esquina de la calle, se enzarzaron hasta que Niall
terminó cogido por el cuello. El muchacho no lo apretaba en exceso, pero sin
embargo sí apretaba con furia sus dientes entre sí. Niall se sintió relajado
por un momento, sin saber por qué, hasta que cerró lentamente los ojos y notó
que su cuerpo caía como un peso muerto en el suelo. La vista se le había
nublado y apenas veía manchurrones. Lo último que vio fue al chico desaparecer
en la neblina de su vista hasta que finalmente los cerró y yació inconsciente.
Unas horas después…
Se encontraba en una habitación, pero
era muy semejante a la del hotel. Sí, sin duda estaba en éste. Se incorporó un
poco, apoyando los antebrazos en el colchón, y giró el cuello hasta toparse con
unos ojos marrones. No eran los de Giselle, sino los de una limpiadora.
—Edgard le encontró tirado en el
pavimento de una calle perpendicular a la del hotel. Le trajo de inmediato aquí
—explicó mientras terminaba de doblar unas sábanas—. En su cama no las he
cambiado, no quería molestarle —expresó refiriéndole al tejido blanco que
sujetaba entre sus manos.
—No importa —contestó algo aturdido y
cansado mientras intentaba incorporarse totalmente. Al hacerlo, notó un dolor
en la espalda y gimió. Sin duda el golpe no había sido leve, aunque tampoco
parecía algo grave.
La asistenta comenzó a sonrosarse y
mantenía la cabeza inclinada con el propósito de que Niall no se diera cuenta. Éste
se percató y no entendió el por qué hasta que descendió su vista. No llevaba
camiseta, sin embargo sus pantalones seguían ahí. Sin darle importancia, bajó
de la cama y la chica intentó seguir con su tarea, pero de vez en cuando
lanzaba miradas al cuerpo del muchacho rubio, que con cada movimiento se le
marcaban más los músculos del brazo, abdomen y tórax.
El chico buscó en la habitación,
hasta en el armario, pero su camiseta no aparecía.
—¿Busca esto? —le preguntó la
asistenta enseñándole la prenda. Ahora fue Niall el que se sonrojo pensando en
cómo había llegado a parar a sus manos.
—Estaba en la otra cama, sobre el
edredón. Seguramente Edgard revisara tu cuerpo por si había algún daño. Comentó
que te encontró en una postura muy mala para el tronco —dijo aclarándole la
situación por si algún mal pensamiento cruzaba su mente. Suponía que Edgar era
el cocinero. Ella había dejado de hablarle de usted, pero eso no le importaba en
absoluto. Le gustaba más así.
—Necesito encontrarla —susurró—. Gracias
—dijo apresuradamente mientras cogía la prenda que le había tendido. Acto
seguido salió como una exhalación de la estancia y se decantó por las
escaleras. Estaba en un primer piso, así que no tardó en llegar al bajo.
Escasos minutos después…
La noche dominaba la ciudad. Conducía
con una velocidad mayor a la permitida por la avenida. Torció y se metió en una
calle poco transitada y menos iluminada. Por la avenida circulaban demasiados
coches y de ese modo, pensaba, no encontraría nada.
Escuchó un zumbido del que no hizo
caso. Torció a la derecha con el coche la callejuela. En breve volvió a sonar
ese zumbido y, sin esperarlo, el coche sufrió un empujón que lo hizo volar unos
pocos metros por los aires. Por suerte, cayó sobre sus cuatro ruedas y Niall
llevaba puesto el cinturón de seguridad. Aún así, se dio un golpe al aterrizar
con el techo del vehículo. El motor había dejado de funcionar. Sacó y metió
varias veces la llave por su ranura, pero no arrancaba. Desesperadamente, sin
saber qué demonios estaba ocurriendo, se desabrochó rápidamente el cinturón y
salió del coche.
Sabía que no estaba solo.
O.O ¿Qué ha pasado con el coche de Niaaaaaaaaaall? Decías que no me esperase nada del otro mundo, pero está genial :3 Ahora quiero más D: Menudo genio que tiene Robert, por cierto, aunque era de esperar que reaccionase de forma parecida. ¿Sabes? He pensado que el cocinero no lo fuera en realidad y tuviera secuestrado al recepcionista nuevo xDDD Se me ha pasado por la cabeza, supongo que por la mala leche de Edgard...
ResponderEliminarEspero el siguiente capítulo con muchas ganas :3
¡Un beso!
Ya lo verás :3 Me alegro que te haya gustado al final :)
ResponderEliminarSí, la verdad que sí jajaja.
Lo del recepcionista se verá también luego.
Gracias por comentar :)
¡Besos!