Se inclinó sobre el lavabo y se
refrescó el rostro, despejándose así mejor del sueño. Se contempló en el
reflejo y se dedicó una sonrisa, seguro de sí mismo. De camino a la cocina
escuchó sonar su móvil. En la pantalla aparecía el nombre “Giselle”. Sonrió tímidamente
y lo cogió.
—Hola.
—Hola —repitió ella. Su voz,
naturalmente, sonaba más extraña de lo habitual—. ¿Te apetecería que diésemos
una vuelta esta tarde? Aunque te aviso que no puedo volver muy tarde. Se supone que tendría que estar en casa
practicando piano.
— ¿Tocas el piano?
—Sí. —Una risita sonó al otro lado de
la línea.
—Eso me gustaría escucharlo yo… —dijo
Niall con anhelo, deseoso
de escucharla tocar.
—Algún día... O esta tarde...
—Entonces quedamos en eso —dijo
apresuradamente. Ella no pudo evitar reír.
— ¿A las seis en la plaza de ayer?
—Allí nos veremos. —Y algo surgió en el interior de
Niall, un cosquilleo en el estómago.
—Vale —pronunció ella con un tono de
voz dulce que sacudió el pecho del chico—. ¡Nos vemos esta tarde, entonces!
—Adiós. —Y él se aseguró de que ella
colgaba primero para evitar hacerle un feo. Después pulsó el botón rojo para
volver al menú principal. Sostuvo unos instantes el aparato en su mano,
pensativo, y lo dejó en la mesita que se situaba entre el sofá y la televisión.
Saltó de alegría enseñando el puño y, como si tal cosa, se dirigió tranquilo a
la cocina para tomarse el café de ayer.
Esa tarde…
Paseaban por un parque céntrico de la
ciudad. Parejas se acomodaban en los bancos y hablaban entre ellas o se besaban
cariñosamente. Giselle sostenía su bolso entre las manos, pegado al abdomen.
— ¡Oh, mierda! Espera —dijo ella
alzando del suelo un pie. Niall paró y se giró hacia la chica—. Creo que me han
entrado algunas chinas —añadió quitándose la sandalia y sacudiéndola en el
aire.
Cuando se la volvió a poner perdió el
equilibrio y su cuerpo se ladeo hacia un lado a punto de caer. Niall reaccionó
rápidamente y la agarró por los brazos, ayudándola a incorporarse y tenerse en
pie.
—Cuidado —dijo él casi susurrando.
Ella enrojecía por momentos.
—Lo siento, soy una torpe —dijo
tímidamente, incapaz de mirarle a los ojos.
—No pasa nada —pronunció Niall
afablemente.
Minutos después…
Se habían sentado en un banco.
Charlaban sobre lo bien que se estaba allí, contaban anécdotas, reían, se
sonreían mutuamente. Cosas sin importancia aparentemente pero que conseguían
hacerles dichosos.
— ¿Y cuándo decías que me enseñarías
lo bien que tocas el piano? —preguntó Niall. La chica rió.
—Bueno, creo que no hay nadie en mi
casa —contestó—. ¿Te sirve? —mostró una sonrisa y arqueó las cejas
burlonamente.
Niall dudó graciosamente unos
segundos, haciendo gestos raros que hacían reír a Giselle, y eso le gustaba.
—Sí, creo que me vale —contestó haciéndose el interesante, con una mano en la
barbilla. Se miraron un momento a los ojos, dejando atrás las risas. Apartaron
la mirada a la vez instintivamente y se levantaron del banco intentando
disimular la rapidez con que lo habían hecho.
Posteriormente caminaron pausadamente
hasta la casa de Giselle.
—Bonita casa —comentó Niall elevando
la cabeza.
No vivía en comunidad sino en una
casa de dos pisos con terraza.
—Gracias.
Sacó las llaves y abrió dejando paso
primero a Niall para luego pasar ella.
Niall, asombrado, contemplaba la
maravillosa casa.
—Permíteme repetirte que tienes una
casa muy bonita.
Cuando divisó el piano se aproximó y
rozó sus dedos con la negra y brillante superficie. Giselle se acercó por
detrás y, con una sonrisa que mostraba un ápice de timidez, levantó la tapa y
se acomodó en la silla sin respaldo de terciopelo rojo. Él, a su lado, en pie,
contemplaba la manera en que ella respiraba profundamente y cerraba los ojos
con el fin de relajarse y dejar llevar sus dedos sobre las blancas teclas.
—Estoy algo nerviosa —confesó.
Niall hizo ademán de sonreírle, pero
no lo hizo en su totalidad para que ella se sintiera más relajada, en el
silencio.
Se decidió por fin a tocar posando
sus dedos sobre las teclas correspondientes que daban comienzo a la música que
interpretaría. Cuando comenzó, Niall escuchaba atento, alternando con su mirada
manos y rostro de la chica. Realmente lo hacía fenomenal. Sus dedos prodigiosos
se posaban suavemente sobre las teclas, uno de sus pies subía y bajaba, y la
música se expandía por la habitación. Para él era música celestial. Le
fascinaba. Tanto ella y su manera de tocar como la música que hacía sonar.
Maravilloso.
Y no lo pudo resistir. Posó una de
sus manos afectivamente sobre otra de Giselle y esta dejó de tocar, mirándole
entre sorprendida y desconcertada. Él se inclinó acercándose más a ella, a su
rostro. Ella le miraba extasiada. Poco a poco iban cerrando los ojos, dejándose
llevar. A unos centímetros los volvieron a abrir tenuemente, lanzándose una
última mirada. Entonces él unió sus labios a los suyos. La chica apartó sus
manos del piano y las puso en la nuca de Niall, sin este quitar la suya de
donde la había colocado antes.
Separaron sus labios y se miraron a
los ojos. Ambos confusos por saber qué había pasado. Lentamente, ella apartó
las manos de la nuca y Niall se puso erguido en su totalidad.
—Y-yo… —intentó decir el muchacho.
Ella permanecía en el mismo estado en
que había estado segundos antes de besarla. Él comprendió que quizá no había
estado bien lo que había hecho. Pero se dejó llevar por lo que sentía y en
fondo el arrepentimiento surgía por la expresión de la chica, que no dijo nada
hasta pasados varios y largos segundos.
—Creo que… deberías irte —frunció
ligeramente el entrecejo, confusa aún. Tras sus palabras, alzó la vista y le
miró. En su interior sentía verdadera tristeza. No quería hacer lo que hacía,
pero creía que era su deber. Lo correcto para ambos. No pretendía ser egoísta.
Niall, sumiso, abandonó la estancia y
se encaminó sin compañía a la puerta. La abrió mirándola después a ella, que
permanecía sentada todavía.
Inmóvil.
Aquella última mirada a la chica que
había besado y salió por la puerta cerrándola tras de sí. Al salir corría algo
de aire e inspiró profundamente, mirando al frente. Expiró en forma de suspiro
y empezó a caminar rumbo a casa. La tarde le había parecido corta, ya que aún
eran las siete y media, aunque intensa. En el fondo, no se arrepentía de lo que
había hecho pues no veía error alguno en un beso que salía del alma. Y creía pensar
que a ella tampoco le molestaba eso. Y no se equivocaba. Porque aunque en el
fondo no debiera, a ella le hubiera gustado que aquel beso continuara hasta que
sus labios se cansasen.
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